Si quieres recordar las pistas anteriores, clica en...
Estábamos atrapados en aquella gruta marina. Cuando el agua me rozó los
pies, cerré los ojos dispuesto a despedirme del mundo, del queso, de las
galletas de perro, de la música, de mi única familia…
-Adiós hermanito, siempre te querré…
-Cato, ¡por nuestra madre, abre los ojos y mira eso!
A la altura de mi oreja una hormiga gigante con un casco de obras en la
cabeza empezó a cantar:
Cinco lobitos tiene la
loba,
blancos y negros,
detrás de la escoba…
…mientras tropecientas mil hormigas más venían hacía nosotros sobre un
puente colgante de algas que habían construido a la velocidad de la luz.
La hormiga jefe nos depositó con sus pinzas sobre una especie de trono.
A un movimiento de sus antenas, las tropecientas mil hormigas, entonando cual
coro de cosacos los cinco lobitos, nos
dejaron sanos y salvos en el exterior.
¡Qué locura! El exterior ya no era el mar, sino China, y las tropecientas
mil hormigas transportadoras se habían convertido en unos cuantos lobos que aullaban y reían
a nuestro alrededor, bailando como los caníbales de los tebeos cuando cuecen a
los exploradores en la olla.
-Pizzi, no sé si estos lobos tan simpáticos comen ratones, pero ¿y si nos
vamos ahora que están distraídos?
Nos disponíamos a descender del trono, cuando empezó a sonar un dúo de viola y violín.
Los lobos dejaron de aullar y, haciendo una gran reverencia, agarraron el
palanquín con nosotros a bordo como marajás y enfilaron La Muralla China al ritmo de la música. Moviendo suavemente
la cola con mucha gracia.
-Uno, dos…
-¿Llevas el compás, Pizzi?
- No, Cato, cuento los lobos, son cinco… Seguro que estamos en la pista 5. Así que relájate, ellos siguen el sonido de la música y nosotros también.
-La música es chula, Pizzi, pero yo tengo hambre... y no se ve el final de esta muralla.
- Porque tiene 8.851,8
kilómetros, una pasada.
Iba a llamarle de todo al pedazo de muralla que debíamos atravesar, cuando un lobo asomó el hocico y me dijo
señalándome con una de sus patas.
-Tú tenel hamble. Yo tlael galletas de pelo
para ti. Yo sabel que tú gustal.
En unos minutos, apareció el lobito con una bandeja de nuestras galletas de perro favoritas.
Comimos. Cerramos los ojos. La viola y el violín seguían conversando. ¡Qué música más aventurera! Y mecidos por la melodía y por el balanceo de
nuestros porteadores nos dispusimos a disfrutar del viaje.
El
tesoro estaba cerca, y por una vez no había peligro.
-Yo querel más galletas de pelo… y taquitos
de queso- grité por encima de la música.
- ¡Malchando una de galletas
de pelo con queso!
-Ja,
ja, ja, esto de buscar tesoros me empieza a
gustal.
(Continuará)